jueves, 4 de agosto de 2011

Cena sólo para Dos

He estado pensando, orando y compartiendo sobre Apoc. 3.
Esta es una carta pastoral que Jesús dirige a la iglesia con el propósito "recuperar la comunión".

Como un príncipe que rescata a su princesa del castillo, como el novio que conquista el amor de su novia, como el esposo que se entrega por su mujer. Jesús está tocando la puerta de nuestros corazones.

He aqui yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta entraré a él, cenaré con él y él conmigo.

Creo que la gran mayoría, al pasar el tiempo, tenemos la tendencia de ocupar el tiempo con las cosas o tareas de Dios, pero al no tener tiempo para estar con Jesús casi no escuchamos su voz que nos llama a la intimidad.

En todo orden de relaciones, comenzamos bien, pero lentamente casi en forma imperceptible descuidamos lo que da vitalidad, fuerza y energía al vínculo con otros.

Cuando hemos llegado a este punto podemos hallarnos haciendo cosas sin la motivación, deseo y gozo interno del corazón. A esto es lo que comúnmente llamamos rutina.

Este es un intruso que no avisa y se instala en nuestro hogar. De pronto te encuentras teniendo un diálogo interno: sé que amo a mi esposa, pero no siento nada, que me está pasando? Ya no siento lo mismo.

Hace unos años conocí a un matrimonio que vivió de este modo por más de 3 años. Ambos estaban convecidos de que tenían que seguir juntos: "los hijos", "deudas", "imagen cristiana"; aunque interiormente estaban quemados.

Cuando te ves enfrentado a situaciones como estas, uno se pregunta ¿qué paso con este matrimonio? Tenían todo el potencial en Cristo para llegar a ser un matrimonio pleno, ¿qué les sucedió? Simplemente se instaló la rutina en su hogar. En las palabras de Jesús a su iglesia, ellos descuidaron lo más importante: una profunda intimidad.
Si tu te fijas Jesús nos manda:compra de mí oro refinado en fuego, vestiduras blancas y colirio; si la rutuna se instala nos volvemos pobres, miserables, ciegos y desnudos.

Cuando te encuentras atrapado en la rutuna, no tienes voluntad para avanzar en una relación con Dios y con otros. El peligro de la rutina es tal que comienzas a vivir de la despensa, reserva o depósito del pasado. Uno se siente estancado, quemado y desconectado porque cuando estás atrapado en la rutina tienes conflictos sin resolver, malendidos sin aclarar y muchas experiencias de frustración que te han robado el gozo, la motivación y el deseo de vivir plenamente. Dejas de soñar con Dios.

Esto es lo que hace que provoquemos nauseas o malestares en las relaciones en cualquier parte del mundo dónde estemos, ya sea en la iglesia, familia o trabajo porque estamos presentes y activos exteriormente, pero interiormente nos sentimos fuera de sí.

Las personas que hemos pasado por estos períodos sabemos lo que hay que hacer, pero nos volvemos expertos para evitar toda clase de relaciones que nos inviten a rendir cuentas. Es por eso que Jesús nos confronta, ya que hemos llegado a desarrollar el pensamiento: yo soy rico y me he enriquecido y no necesito nada.

De algún modo damos a entender con esta actitud que nuestras "puertas están cerradas", no queremos consejos, ni fórmulas, ni que nos digan lo que hay que hacer.Sabemos el camino de regreso, pero nos sentimos estancados.

Jesús sigue soplando al "pábilo que humea" para que se encienda el fuego de la pasión otra vez. Jesús toma el lugar de consejero, nos susurra que si siguimos en este estado nos ponemos al borde del precipio de la desventura, miseria, pobreza, ceguera y desnudez.

Tu y yo sabemos que estamos al borde de la desgracia. Lo único que nos puede sacar de este peligro de muerte es volver a escuchar, volver a creer y volver confiar nuestra vida a Jesús. Aunque no tengamos la fuerza de voluntad para cambiar o ni siquiera sepamos por donde comenzar a ordenar las cosas. Si tan solo abrimos la puerta de nuestros corazones a Él, no demorará en darnos gozo(oro refinado), justicia(vestiduras) y revelación (colirio).

El amor de Dios es firme, constante y fuerte tanto que nos hace crecer como hijos maduros. El amor de Dios incluye aspectos del carácter de Cristo que evitamos mencionar, pero siendo honestos necesitamos esta expresión de amor comprometido que nos confronta y corrige para que volvamos en sí y escapemos del peligro.

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo, fíjate que no golpea, ni empuja y ni forsejea la puerta para que se abra, sino que nos llama, nos habla. Su voz es su sufiente para un corazón necesitado: Señor, te necesito. Necesito oro refinado, vestiduras y colirio. Sin ti no puedo vivir.


Si aprendemos en esta vida la habilidad de escuchar su voz y la disciplina de estar con Él, nos sentaremos con Él en el lugar de los vencedores.